“Informática para torpes”,
eso está bien. Hace rato que me hago incesantemente la misma pregunta: ¿por qué
me siento tan torpe al usar el
móvil- y el ordenador-? Si bien estos aparatitos
infernales me solucionaron infinidad de problemas, también me los crearon.
Entre estos últimos, entender cómo usarlos. Y no crean que omití leer las
instrucciones, lo hice mil veces aunque con pobres resultados.
Un amigo con mucha más
experiencia que yo en móviles poniendo
cara dogmática me dijo: “este manual, es
como la Biblia para el usuario”. (Olvidé aclarar que los textos del mío estaban
en inglés, francés, portugués, árabe, un español neutro inentendible y una de
cada tres palabras en inglés con términos que no figuraban en el “Spanish-English Dictionary” de
Velázquez que consulté: SIM, SMS, Pin, Bluetooth, Flash, IMEI, Ringtone). Y superado este obstáculo, ¡apareció otro! Cada tres
renglones una remisión a la página 85, 93 o 128.
Así fue como solo, poco a poco, lenta y
temerosamente, me sumergí en el mundo de la telefonía móvil. Pienso que de
haber estado presente la mayor de mis nietas (8 años), hubiese sido más lógica
tomando el aparato, pulsando varias teclas y en segundos el apartito infernal
estaría domado. Los chicos saben que no puede romper nada por mucho que aprieten
los botones, prueban, y prueban hasta encontrar la solución.
Sin avisar ni pedir permiso,
la tecnología se metió en nuestras vidas y los que más lo notamos somos los que
pasamos la frontera de 60 años, los jóvenes no lo perciben tanto porque
nacieron y crecieron en medio de esta vorágine. A los mayores nos cuesta bastante más.
Mi abuelo Ramón era un culto
semianalfabeto nacido en 1890 al que continúo admirando. A lo largo de sus 75
años de vida fue un mudo testigo de la historia de la aviación sin haberse
subido jamás a un aparato, aunque vio volar globos aerostáticos, dirigibles,
máquinas con motor a pistón y reacción y hasta fascinado fue testigo de cómo un
hombre pisaba la luna.
Hoy los chicos aprenden a
manejar el ordenador antes que una bicicleta. Hago memoria y recuerdo cuando a
los cuatro años mi padre – el inolvidable Enrique- una vez me sentó en una
silla y durante dos horas me obligó a practicar como atarme los cordones de las
zapatillas. Cada vez que me daba por vencido cariñoso repetía: “no bajes la
guardia, puedes, puedes, puedes” y pude porque aún hoy, continúo atándome los
zapatos como él me enseñó. (Con el nudo de la corbata ocurrió algo similar. No
conozco otra forma de hacerlo. ¡El nudo Windsor que aprendí de él es una
belleza!)
¡Qué paradoja! mi nieta conoce más que yo de informática pero
todavía me pide que le ate los cordones de las zapatillas y le tengo que
indicar como se utilizan los cubiertos para comer.
El uso del ordenador me
soluciona infinidad de inconvenientes. Ni siquiera deseo recordar las
peripecias que tenía que hacer para corregir un error ortográfico cuando
utilizaba mi vieja y querida Remington que a pesar de todo aun amo!
Luchar con las mayúsculas, con el carrete, con la cinta, con el papelito
corrector y… ¡con la falta de paciencia!
El móvil es un invento espectacular que me
permite estar constantemente comunicado.
Lo utilizo a diario pero ignoro cómo funciona y no tengo tiempo para hacer un
curso por cada dispositivo y software que ingresa en mi vida
Un consejo sano, cuando se
corta la energía eléctrica es bueno recordar que todavía existen las velas, las
máquinas de escribir Remington y los teléfonos fijos. Como bien dice el viejo
refrán: “A falta de pan, buenas son tortas”.
Firmado: Bartolomé