lunes, 7 de enero de 2013

CARPE DIEM




Queridos amigos de “Catrasqueando:

Los sigo desde el primer día y tengo que confesar que el “Carpe Diem” (Lazos de Sangre)  ha sido el más emotivo y sincero de todos los que he leído. Plantea un tema que, en el fondo, todos sabemos que es un contrasentido. Aparentemente, un lazo une. Pero ¿los lazos de sangre unen obligatoriamente?

 Mi respuesta sincera es no siempre. Es que el lazo de sangre te es impuesto por la naturaleza (o la ley) y uno no puede sacarse el sambenito aunque lo desees fervientemente. Son tu madre, padre, hermano, primo, tía, tío o lo que sea sin que nadie te haya preguntado previamente si lo aceptas. ¡No hay chance de elegir! Son lazos a medida, pero a medida que van cayendo.

 Si tienes la fortuna  que sean buenos, los disfrutas. Si son plomazos o jodidos, los tienes que soportar estoicamente o te alejas de ellos. Algunos son muy retorcidos y complicados, otros perversamente odiosos e insoportables. Aparecieron en tu vida para complicártela, para hacerte sufrir inútilmente, con perpetuo “animus jodendi” hacia ti. En Argentina decimos que son los que permanentemente te ponen palos en las ruedas. No es la primera vez que me dicen “porque te quiero, te aporreo”. Entonces, ¡aporrea a tu abuelita y déjame vivir en paz!

Prefiero los lazos que se van anudando durante el transcurso de la vida. Firmes, seguros, y sobretodo aceptados conscientemente. Nada parecidos a las herencias de sangre.

Hablo basado firmemente en la certeza de mi experiencia personal. Hace más de 40 años que tengo la fortuna de conocer a una persona que en estos momentos reside en Madrid y con la cual no me une ningún lazo de sangre. Absolutamente ninguno. Para mayores datos, prima hermana de mi fallecida esposa.

Es la hermanita menor que la vida me negó. No me cabe duda que no elegimos mutuamente, nadie nos obligó. ¡Un lazo indestructible! Sinceros, espontáneos, directos y a veces crueles en nuestras apreciaciones en los diarios intercambios de mails. Crueles en el buen sentido de la palabra. No escribe lo que quiero leer sino lo que piensa que es la realidad.
 La misma que se alegró profundamente cuando le conté que, luego de casi 20 de viudez, me casaba nuevamente a los 69 años. Acompaña en los momentos tristes. Pone los puntos sobre las ies cuando piensa que me desvío. Es confidente a distancia. Compinche de mi felicidad actual.

 Nadie me impuso ese lazo, se anudó solito gracias a Dios.  

Afortunado Adolfo que supo trenzar lazos tan hermosos como los que relata la autora  del “Carpe Diem”. Seguramente está mirando sonriente y oculto detrás de una nube.

Solo espero que mi “hermanita del alma” pueda leer estas líneas. Las crisis pasan. Los afectos verdaderos perduran.

Jorge E. R. (desde Buenos Aires, Argentina)







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